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Auge ―¿y caída?― del imperio del dólar

Auge ―¿y caída?― del imperio del dólar


Por Axel Poque González

Para quienes nacimos en el último medio siglo, resulta casi natural asumir que el dólar estadounidense es la moneda de intercambio global por excelencia. Sin embargo, su predominio no es una casualidad, sino el resultado de un entramado histórico complejo que consolidó su hegemonía, íntimamente ligada al poder económico, político y militar de Estados Unidos como actor central del orden mundial surgido tras las guerras mundiales.

Hoy, frente a un escenario global crecientemente inestable —marcado por la volatilidad financiera, el desafío climático y el resurgimiento de conflictos armados en un mundo multipolar—, vale la pena preguntarse si estamos ante señales de un progresivo debilitamiento del reinado del dólar.

La historia se remonta al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando las potencias vencedoras delinearon las bases del nuevo orden global. En 1944, los Acuerdos de Bretton Woods establecieron un sistema de tipos de cambio fijos: las monedas se vinculaban al dólar, y este al oro. Sin embargo, hacia fines de los años sesenta, los crecientes déficits comerciales de Estados Unidos y la expansión global del dólar comenzaron a desestabilizar este equilibrio. La Reserva Federal ya no contaba con suficientes reservas de oro para respaldar todos los dólares en circulación.

En 1971, ante esta tensión, el presidente Richard Nixon suspendió la convertibilidad del dólar en oro, marcando el inicio del régimen de tipos de cambio flotantes. Este giro se formalizó en 1976 con los Acuerdos de Jamaica, que sepultaron definitivamente al oro como ancla del sistema monetario internacional.

Desde entonces, el mundo ha sido testigo de una consolidación sin precedentes del dominio del dólar. Ni siquiera la creación del euro, que llegó a posicionarse como una alternativa relevante, logró disputarle seriamente su hegemonía. En este contexto, el sociólogo Maurizio Lazzarato, en “El imperialismo del dólar”[i], identifica cuatro pilares históricos que han sostenido esta supremacía: (1) la hegemonía del capital financiero, (2) la colonización, (3) la concentración del poder económico y (4) la guerra. Así, Wall Street, la Casa Blanca y el Pentágono se transformaron en instituciones articuladoras y garantes de este orden.

En ese marco, el capital financiero fue desplazando al capital industrial, transformando profundamente la lógica del capitalismo contemporáneo. La especulación terminó imponiéndose sobre la inversión productiva, en un proceso que autores como José Valenzuela Feijóo han denominado “degeneración del capital industrial”[ii]. La crisis financiera de 2008 ilustra con claridad cómo estas dinámicas especulativas superaron a las productivas, con consecuencias desestabilizadoras a escala global.

No obstante, desde comienzos del siglo XXI, el ascenso de la República Popular China y de otros Estados que antes ocupaban posiciones (semi)periféricas ha comenzado a desafiar la hegemonía global estadounidense. A pesar del impresionante despliegue económico, financiero y de infraestructura impulsado por China en diversas regiones, el gigante asiático no ha logrado consolidar aún una moneda ni una infraestructura financiera capaces de proyectar su poder más allá de su esfera inmediata. Aunque ha habido intentos por internacionalizar el yuan, su alcance global sigue siendo limitado frente al dólar.

El dólar, además, ha sido utilizado como arma política: sanciones unilaterales, bloqueos, congelamiento de activos y exclusión del sistema SWIFT han incentivado a países como Rusia, Irán o la propia China a buscar mecanismos alternativos.

Uno de los principales espacios donde China articula su estrategia geoeconómica actualmente es el BRICS, bloque que, además de sus fundadores (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), ha incorporado recientemente a Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Indonesia e Irán. Cuenta también con países socios como Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Uganda y Uzbekistán. Esta plataforma busca fortalecer la cooperación política, económica y social entre sus miembros, y reposicionar al Sur Global en la gobernanza internacional. En 2024, el PIB combinado de los países BRICS representaba cerca del 40 % del PIB mundial, y en términos de paridad de poder adquisitivo, incluso supera al del G7.

Recientemente, y con el respaldo del Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS —presidido por Dilma Rousseff—, se presentó un prototipo simbólico de lo que podría ser una futura moneda común del bloque. Aunque todavía sin un plan formal de implementación, esta divisa busca posicionarse como medio de pago y reserva entre sus miembros, e incluso como alternativa para otras economías. Si bien se trata de una iniciativa incipiente, refleja una señal clara de que el orden monetario internacional podría estar entrando en una nueva fase. Eso sí: cualquier cambio en este sentido será complejo, gradual y altamente contingente ―incluso puede no ser, puesto que, habrá resistencia.

Aunque el debate sobre un eventual declive del dólar no permite simplificaciones ni predicciones fáciles, su rol como instrumento de poder global está, sin duda, cada vez más disputado. Las tensiones entre bloques han erosionado sus pilares hegemónicos: el financiero, el político y, más recientemente, el militar. Los conflictos entre Rusia y Ucrania, o entre Israel e Irán, son expresión de disputas geopolíticas más amplias. Sin embargo, no hay una fórmula clara para anticipar el destino del imperio del dólar. El rumbo que tome Estados Unidos bajo la sombra del trumpismo es incierto, mientras que la estrategia de China —paciente, pragmática y de largo plazo— permanece en gran medida indescifrable, aunque sus alianzas sean cada vez más visibles.

Ahora bien, todo esto ocurre en un momento particularmente crítico para la humanidad. El planeta ha superado ya, en la práctica, el umbral de 1,5 °C de aumento de temperatura respecto de los niveles preindustriales, tal como advertía el Acuerdo de París. Hemos ingresado en un túnel hacia lo desconocido, donde los eventos climáticos extremos se hacen más frecuentes, intensos e impredecibles. En este contexto, cualquier reconfiguración del orden mundial debería considerar no solo la justicia social, sino también el respeto estricto a los límites biofísicos del planeta.

Pese a los esfuerzos por descarbonizar las economías, el mundo sigue moviéndose con energía fósil. Alrededor del 80 % de la energía primaria consumida proviene aún del carbón, el gas y el petróleo. Las grandes disputas económicas —vinculadas al capital financiero e industrial—, así como los conflictos bélicos y las rearticulaciones políticas, siguen profundamente alimentadas por esta dependencia. Este constituye, sin duda, uno de los nuevos ejes del conflicto global, imposible de ignorar.

En definitiva, más allá de si el dólar retrocede o no, lo que realmente está en juego es la arquitectura del poder mundial. Y esto no se mide solo en divisas, reservas o PIB, sino también en la capacidad de nuestras civilizaciones para sostener la vida. Dependencia fósil, desigualdad estructural e inercia financiera parecen formar parte de una misma matriz. Tal vez no se trate únicamente de reemplazar una moneda por otra, sino de repensar desde sus cimientos el metabolismo económico que organiza nuestras sociedades.

Por Axel Poque González

Investigador postdoctoral


[i]  Lazzarato, M. (2023). El imperialismo del dólar. Crisis de la hegemonía estadounidense y estrategia revolucionaria (1a ed.). Tinta Limón. https://tintalimon.com.ar/public/qzxhk7oiaekidywe6avubikzphx4/Tinta%20Limón-Maurizio%20Lazzarato-El%20imperialismo%20del%20dólar-2023.pdf

[ii] Feijóo, J. V. (2025). Capital financiero versus capital industrial: Un impacto peligroso. (Sobre la degeneración del capital industrial). El Trimestre Económico, 92(365), Article 365. https://doi.org/10.20430/ete.v92i365.2665


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