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El anticomunismo al diván de Ferenczi

El anticomunismo al diván de Ferenczi


El anticomunismo al diván de Ferenczi

Por: Jamadier-Esteban Uribe-Muñoz (*)

            Sándor Ferenczi (1873-1933), fue un importante psicoanalista húngaro, cercano como pocos a Sigmund Freud. Pensador polémico para su tiempo, que hoy es reconocido, dentro de otras cosas, por los aportes que hizo a la comprensión del trauma infantil ante situaciones que ahora nadie dudaría en calificar como vulneraciones extremas. Aportes que, además, pueden resultarnos sustanciales para comprender el miedo que suscita en algunos sectores de la sociedad el hecho de que una comunista se haya impuesto en la primera vuelta presidencial del oficialismo.

            Uno de los mecanismos de defensa que Ferenczi describió con agudeza fue la “identificación con el agresor”, que no tiene mucho que ver con el mecanismo que Anna Freud llamó de la misma forma: no es raro –nos dice Anna Freud– que un niño que tiene una experiencia desagradable en el dentista, luego recree la situación jugando a ser él el dentista, como una forma de procesar y controlar la situación vivida. No, para Ferenczi la identificación con el agresor es otra cosa.

            En su Diario Clínico (1932), Ferenczi nos señala que en situaciones graves de vulneración durante la infancia, el adulto (o la adulta) puede llevar al niño o niña a un punto tal de sometimiento y violencia, que provoca el quebrantamiento subjetivo del infante, donde este último, como única forma de sobrevivencia, cede parte de su subjetividad a quien lo maltrata. El deseo infantil es relegado y en su lugar se instala el deseo de quien lo agrede.

El niño aprende a detectar el más mínimo disgusto de su verdugo, cualquier cambio en el ritmo de la respiración, en la mirada, en la inflexión de la voz. El niño aprende a obedecer al punto que se olvida de sí. El infante, vaciado de sentido mira mustio al mundo, introyecta la culpa, si lo castigan “algo habrá hecho”; y cuando se encuentra con otros niños, el pavor se puede apoderar de él si la inocencia infantil perturba su subjetividad domesticada a conveniencia adulta.

Siempre hay que tener cuidado cuando se utilizan categorías clínicas para analizar la sociedad. Hay matices, no siempre hay un correlato entre lo personal y lo social, pero en ocasiones es válido establecer ciertas analogías. Es lo que hizo el padre Martín-Baró cuando acuñó el concepto –fundamental para la psicología comunitaria– de “trauma psicosocial”. Ciertamente el trauma es una categoría individual, sin embargo, nos dice Martín-Baró, hay ciertos hechos que tienen un impacto tal en una sociedad, que afectan al conjunto de la población, a todos de manera distinta, pero a todos, volviéndose una referencia ineludible para cada persona, cada familia, cada comunidad.

Las dictaduras en América Latina y la Operación Cóndor, constituyen, sin lugar a dudas hechos traumáticos a nivel psicosocial. Eso se reconoce desde todas partes, por quienes fueron víctimas (por supuesto), pero también por quienes planificaron las políticas de exterminio en el continente. El objetivo era uno: erradicar la amenaza de la revolución socialista. En esa interpretación de la historia coinciden izquierdas y derechas. Para erradicar esa amenaza fue necesario, primeramente, la aniquilación de las orgánicas políticas; fueron los años de los asesinatos y desapariciones de los distintos comités centrales y la persecución de la militancia activa.

Sin embargo, se sabía que el alcance del aparato represivo no bastaría, por ello, de forma seguida, había que hacer que la semilla de la revolución no encuentre un pueblo fértil en que prender de nuevo. El miedo había que hacerlo reticular, no había que temer a la autoridad, había que temer al vecino; es el momento de la proscripción cultural, libros y discos prohibidos, estéticas marginadas, una que otra víctima azarosa de la represión, para que se sepa en secreto que, al fin de cuentas, cualquiera puede caer, mejor no dar razones.

Los pueblos de América Latina sufrieron hasta el quebranto la voluntad de sus verdugos, como los niños maltratados que sucumben ante el miedo de perder la vida, en América Latina muchos sectores populares se identificaron con sus agresores, hicieron suyos los deseos de aquellos que perseguían a los comunistas y se volvieron ellos mismos anticomunistas; no solo por miedo, no por ignorancia (que no saquen cuentas alegres quienes posan de ilustrados), sino, por sobrevivencia.

Hay familias y grupos sociales, especialmente en los sectores más acomodados, que temen al comunismo de manera legítima y por experiencia histórica: aquellos que sufrieron expropiaciones, se vieron acorralados e incluso fueron víctimas de la violencia vanguardista, pero no son ellos la mayoría de los anticomunistas. La verdad del anticomunismo en América Latina, es el temor inconsciente a la violencia de la derecha cuando el comunismo avanza.

* Psicólogo y analista político. Dr. en Psicología, Dr. en Historia y especialista en guerra psicológica.



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