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El siglo asiático toma forma en Kuala Lumpur

El siglo asiático toma forma en Kuala Lumpur


Por Christian Cirilli

Del 26 al 28 de octubre, se celebró en Kuala Lumpur, capital de Malasia, la 47ª Cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEANAssociation of Southeast Asian Nations); bloque integrado por las naciones surasiáticas de Brunéi, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia, Vietnam y Timor Oriental, este último incorporado recientemente como miembro pleno. Al encuentro también asistieron países invitados y socios de diálogo como Estados Unidos, India, China, Japón, Canadá, Rusia, Corea del Sur, Sudáfrica, Brasil, Australia y Nueva Zelanda, lo que convirtió a esta edición en un espacio excepcionalmente fértil para el intercambio entre los países del BRICS y el llamado “Occidente colectivo”.

Por supuesto, también estaban presentes los representantes de organismos multilaterales como la ONU (António Guterres), el Consejo Europeo (António Costa), el Fondo Monetario Internacional (Kristalina Georgieva) y FIFA (Gianni Infantino).

Enlazados por las manos posan los máximos dirigentes de las naciones miembro del ASEAN y algunos invitados especiales en la ceremonia de apertura de la 47ª Cumbre. De izquierda a derecha pueden apreciarse al primer ministro de Laos, Sonexay Siphandone, al primer ministro de Singapur, Lawrence Wong, al primer ministro de Tailandia, Anutin Charnvirakul, al primer ministro de Timor Oriental, Kay Rala Xanana Gusmão, al presidente de Timor Oriental, José Ramos-Horta, al primer ministro de Vietnam, Pham Minh Chính, al presidente del Consejo Europeo, António Costa, al presidente de Brasil, Luiz Inácio da Silva, al primer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, al presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos Jr., al presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, al sultán y primer ministro de Brunéi, Hassanal Bolkiah, al presidente de Indonesia, Prabowo Subianto, al primer ministro de Canadá, Mark Carney, al secretario general de la ONU, António Guterres, al primer ministro de Camboya, Hun Manet, y al secretario permanente del Ministerio de Asuntos Exteriores de Myanmar, U Hau Khan Sum.

La cita de tres días se inauguró con un acto de bienvenida a Timor Oriental, la nación más joven —y una de las más sufridas— de Asia, que alcanzó su independencia recién en 2002.

Esto no constituye un detalle menor: Timor Oriental es una nación de reciente conformación estatal que ha atravesado complejos y prolongados procesos de afirmación identitaria y soberana. Su incorporación a la ASEAN no solo reviste el carácter de una reivindicación histórica, sino que expresa una voluntad integradora orientada a consolidar un orden regional basado en la cooperación, la negociación y el diálogo como mecanismos de resolución de conflictos. En un sentido más amplio, este acontecimiento simboliza un desplazamiento definitivo respecto de las lógicas propias de la Guerra Fría, y un avance hacia una arquitectura política regional sustentada en la interdependencia y la diplomacia multilateral.

Timor Oriental ocupa la porción oriental de la isla de Timor, la cual integra el archipiélago de las Islas de la Sonda, en el extremo meridional del Sudeste Asiático, bajo soberanía Indonesia. Esta región fue escenario de la expansión colonial neerlandesa y portuguesa desde el siglo XVI, configurando una frontera cultural y política singular en la zona. La mitad oriental de la isla permaneció bajo dominio lusitano, mientras que la occidental quedó bajo control neerlandés. Durante la Segunda Guerra Mundial, Timor fue ocupada por el Imperio del Japón, lo que provocó una devastación demográfica considerable. En 1949, Portugal restableció su administración colonial, al tiempo que las Indias Orientales Neerlandesas culminaban su proceso de independencia dando origen a Indonesia. El 28 de noviembre de 1975, en el contexto del proceso de descolonización impulsado por Portugal tras la Revolución de los Claveles de 1974, Timor Oriental proclamó su independencia. Sin embargo, apenas nueve días después fue invadido por el ejército indonesio, que la anexionó y la declaró su vigesimoséptima provincia.

Mapa del Sudeste Asiático, donde imperan las naciones de la ASEAN. Entre el Mar de Timor y el Mar de Banda, cerca de las costas del noroeste australiano, está la joven nación de Timor Oriental, finalmente incorporada a la regionalización política.

Considérese que, hacia 1975, la región del Sudeste Asiático atravesaba una fase de profunda inestabilidad política y militar. La denominada Teoría del Dominó, vigente en el pensamiento estratégico de la política exterior estadounidense, postulaba que la caída de un país bajo la órbita del comunismo arrastraría inevitablemente a sus vecinos, replicando el efecto de una cadena de fichas de dominó. En ese contexto, la guerra de Vietnam se aproximaba a su desenlace con una clara derrota para Estados Unidos, lo que intensificaba los temores de Washington respecto de una posible expansión de la influencia soviética y china sobre Laos, Tailandia, Birmania, Malasia y el resto del subcontinente. Esta concepción geopolítica sirvió de fundamento para una serie de intervenciones directas e indirectas —a menudo canalizadas a través de regímenes aliados—, enmarcadas dentro de la política de contención (containment policy) orientada a frenar el avance del comunismo en Asia.

A finales de 1975, el secretario de Estado Henry Kissinger y el presidente Gerald Ford dieron luz verde al dictador indonesio Suharto para invadir el vecino Timor Oriental. Tras ocupar la capital, Dili, las tropas indonesias erradicaron sistemáticamente la resistencia del Frente Revolucionária de Timor-Leste Independente (Fretilin) y la población civil de toda la isla. Los residentes de las zonas ocupadas fueron sometidos a campañas masivas de reeducación. El número de muertos por la violencia de las fuerzas indonesias, la desnutrición y las enfermedades ascendió rápidamente a decenas de miles.

En este marco, la anexión de Timor Oriental por parte de Indonesia contó con el reconocimiento explícito de Estados Unidos, el Reino Unido y Australia, potencias que mantenían estrechos vínculos con el régimen del general Haji Mohammad Soeharto —más conocido como Suharto—, quien había desplazado del poder al carismático líder independentista Kusno Sosrodihardjo, o Sukarno, a quien Washington y la Anglosfera consideraban sospechoso de simpatías comunistas. Suharto instauró un régimen autoritario y represivo, sustentado en una brutal campaña de exterminio anticomunista que provocó la muerte de entre quinientas mil y un millón y medio de personas, y consolidó un sistema político conocido como el Nuevo Orden, que se prolongó por más de tres décadas.

Suharto gobernó Indonesia con mano de hierro durante mas de 30 años (1967-1998) gracias al apoyo incondicional estadounidense, que argüía un complot comunista en formación. Durante su corrupto y brutal gobierno, las inversiones estadounidenses fluyeron descaradamente. Aquí en una reunión con el presidente norteamericano Richard Nixon.

Durante ese período, Timor Oriental se convirtió en uno de los escenarios más sangrientos de su dominio: se estima que el ejército indonesio asesinó a unas 200.000 personas, cerca de un tercio de la población del territorio ocupado. Pese a la magnitud de las atrocidades, Suharto jamás fue juzgado por crímenes de lesa humanidad. Esta es una historia escasamente difundida, en gran medida porque involucra a uno de los principales representantes del proyecto político y económico de la denominada “Civilización Occidental”.

Apretón de manos entre el presidente de Timor Oriental (y premio Nobel de la Paz), José Ramos-Horta, y el secretario general de la ASEAN, Kao Kim Hourn, tras la ceremonia de adhesión de Timor Oriental a la ASEAN. Sucedió el domingo 26 de octubre de 2025. Ofician de testigos, el “dueño de casa” primer ministro malasio, Anwar Ibrahim, y el primer ministro de Timor Oriental, Kay Rala Xanana Gusmão.

El encuentro continuó con la firma del acuerdo de paz entre Tailandia y Camboya, tras un breve pero singular conflicto fronterizo ocurrido en julio. Si bien la prensa occidental atribuyó el incidente a una disputa de demarcación heredada del período colonial, diversos indicios sugieren que la tensión estaría más bien vinculada a la adhesión como asociado de Tailandia al bloque BRICS el 1 de enero de 2025, y a su eventual entendimiento con China para la construcción del canal del istmo de Kra, una infraestructura estratégica que permitiría a los buques evitar el tránsito por el estrecho de Malaca. Al mismo tiempo, dicho enfrentamiento repercutía negativamente en la credibilidad de la ASEAN y en su objetivo de consolidar la integración regional.

Soldados camboyanos son desplegados en las inmediaciones del templo de Preah Vihear, ubicado en la provincia homónima de Camboya, próxima a la frontera con Tailandia. La prensa occidental sostuvo que el conflicto se originó fundamentalmente en disputas territoriales vinculadas al templo y a la ambigua demarcación fronteriza heredada del período colonial francés. Si bien esta explicación resulta formalmente correcta, es probable que la tensión haya sido reavivada por la competencia geoestratégica entre Estados Unidos y China en torno al control de rutas comerciales y alianzas políticas dentro de la ASEAN.

El papel desempeñado por la ASEAN —y en particular por Malasia, en su calidad de presidencia pro tempore del bloque— fue determinante en la consecución del alto el fuego del 28 de julio, al poner a prueba la eficacia de la organización como mecanismo regional de gestión de crisis. No obstante, la intervención del presidente estadounidense Donald Trump, quien procuró capitalizar el éxito diplomático, introdujo un componente de competencia simbólica en el proceso.

Lo cierto es que fue en Kuala Lumpur —y no en Washington— donde, el 26 de octubre, se suscribió el denominado “Tratado de Paz”, evento al que Trump no dejó de asistir. Más que un tratado en sentido estricto se trata de una declaración conjunta que amplía el alto el fuego y establece compromisos de desescalada, aunque sin ofrecer aún una solución definitiva a las reclamaciones territoriales entre ambos países.

El primer ministro malasio Anwar Ibrahim y el presidente estadounidense Donald Trump aplauden el “Tratado de Paz” entre Camboya y Tailandia, suscripto por el primer ministro de Tailandia, Anutin Charnvirakul, y el primer ministro de Camboya, Hun Manet.

Cabe señalar que la ASEAN fue fundada en 1967 mediante la Declaración de Bangkok, cuando Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur y Tailandia establecieron un marco de cooperación regional en plena Guerra Fría, impulsados por la lógica de contención del comunismo y la necesidad de estabilidad frente a las tensiones ideológicas de la época. Sin embargo, más de medio siglo después, la organización —hoy conformada por 11 miembros— ha trascendido su función original de alineamiento estratégico, orientándose hacia una mayor integración económica, política y sociocultural. Este proceso refleja el reposicionamiento geopolítico del Sudeste Asiático en un contexto de competencia entre potencias y reconfiguración del orden multipolar.

En otras palabras, la ASEAN que hasta los años noventa eran el “aliado natural” de los Estados Unidos, ya para mediados de la década de 2010 se nutría del fenomenal crecimiento chino, siendo el punto de inflexión la crisis capitalista de 2008

El bloque hoy cuenta con ~690 millones de habitantes (casi el 9 % de la población mundial) en una superficie conjunta de 4,5 millones de km², y genera un PIB nominal combinado (2025) de ~4,2 billones de dólares, lo que convierte a la ASEAN en la quinta economía más grande del mundo tras Estados Unidos, China, UE y Japón.

Comparativas de crecimientos de las economías BRICS (por PIB PPA en billones de dólares) versus las de ASEAN. Es importante acotar que Indonesia, la nación más pujante de ASEAN, ya es parte también del BRICS desde el 6 de enero de 2025 (ingresó en reemplazo de Argentina).

La ASEAN ha mantenido un crecimiento promedio del PIB situado entre el 4,3 % y el 4,6 % anual durante los últimos años. El comercio intra-regional representa aproximadamente el 22 % del total del bloque, mientras que la mayor parte de sus intercambios se concentra en un reducido grupo de socios extrarregionales. Entre ellos destacan: China, con un intercambio comercial de alrededor de US$ 517 mil millones en 2024 (equivalente al 18,7 % del total); Estados Unidos, con US$ 405 mil millones (14,6 %) y la Unión Europea, con cerca de US$ 294 mil millones (10,5 %). Más atrás se ubican Japón (US$ 211 mil millones; 7,6 %), Corea del Sur (US$ 208 mil millones) e India (US$ 124 mil millones; 4,5 %).

El dinamismo de este mercado está dado también en su capacidad de absorción de las exportaciones chinas.

Si algo confirma por qué la guerra arancelaria de Estados Unidos frente a China cae en saco roto es la capacidad del Gigante Asiático de redirigir sus exportaciones hacia otros mercados. ASEAN cumple un rol fundamental en ese sentido. En apenas un año, ASEAN superó a Estados Unidos en destino de las exportaciones chinas.

Es precisamente esta pérdida de influencia la que empujó a Donald Trump a sentarse en la mesa del ASEAN. Estados Unidos no solo ha retrocedido en términos absolutos de intercambio comercial con el bloque, sino también en términos relativos frente a la creciente gravitación china. A través de ambiciosos proyectos de infraestructura, la conformación de cadenas de valor regionales, la promoción de narrativas como “Asia para los asiáticos” —o, en un sentido más amplio, “la periferia para los periféricos”—, fortificadas en espacios como la OCS, y la consolidación de tratados de libre comercio como el Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP) o logísticos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China ha tejido una densa red de integración económica y política que contrasta con la estrategia estadounidense, cada vez más reducida a la retórica de la amenaza militar y la imposición de aranceles.

Un total de 2.028 encuestados de 11 países del Sudeste Asiático participaron en la encuesta realizada del 19 de agosto al 1 de noviembre de 2024 [Fuente: Encuesta de Percepciones de la Gente de la ASEAN 2024, FPCI-ERIA]. Ellos determinaron en un 43,93% que China es el mejor socio para el crecimiento de la ASEAN.

La nueva ola de aranceles impulsada por la Administración Trump a partir del 2 de abril de 2025 significó un giro abrupto en las relaciones comerciales entre Estados Unidos y el Sudeste Asiático. Bajo la doctrina de las “tarifas recíprocas”, Washington aplicó gravámenes extraordinariamente altos sobre las exportaciones provenientes de los países miembros de la ASEAN, con el argumento de corregir los supuestos “desequilibrios estructurales” en la balanza comercial.

El 2 de abril de 2025, Donald Trump realizó un grandilocuente anuncio sobre el incremento de aranceles a casi todos los países del mundo, al que denominó “Día de la Liberación”. Sin embargo, el alcance real de la medida resultó mucho más acotado de lo que sugería su retórica. Estados Unidos logró conservar cierto margen de poder negociador en sus tradicionales esferas de influencia —Latinoamérica, excepto Brasil, y Europa—, y una influencia parcial en África y Medio Oriente. En cambio, en el mercado asiático, su capacidad de presión fue mínima, dado que China y sus aliados habían consolidado una arquitectura regional propia, orientada a la autosuficiencia y a la integración intrarregional.

En términos cuantitativos, las tasas impuestas oscilaron entre el 10 % y el 49 %, afectando en particular a Camboya (49 %), Laos (48 %), Vietnam (46 %), Myanmar (44 %) y Tailandia (36 %). Países de mayor integración tecnológica o financiera, como Malasia (24 %), Filipinas (17 %) y Singapur (10 %), fueron menos castigados, aunque el impacto sobre las cadenas de suministro regionales fue inmediato.

Si bien la ASEAN optó por no realizar represalias comerciales y buscar un diálogo directo con Washington, los aranceles de Trump actuaron como un catalizador de la integración asiática, al reforzar los incentivos de los países del bloque para profundizar su participación en acuerdos como el RCEP y fortalecer sus lazos económicos con China, Japón y Corea del Sur. En definitiva, los aranceles estadounidenses no solo evidenciaron la pérdida de influencia comercial de Washington en el Sudeste Asiático, sino que también contribuyeron a consolidar la orientación asiacéntrica de la economía regional.

Hubo dos acontecimientos que evidenciaron este fenómeno:

En primer lugar, la reunión entre Trump y Lula, en Kuala Lumpur, hecho que destaqué en mi artículo «Latinoamérica bajo asedio», en donde el mandamás norteamericano se resignó a suspender sus aranceles del 50% y revisar las sanciones contra la Justicia brasileña. Recordemos que Brasilia no entró en la guerra arancelaria, pero solicitó a BRICS una reunión extraordinaria para tomar medidas conjuntas contra la agresividad comercial estadounidense. Lula se encargó de recordar que su comercio con BRICS era de 160 mil millones de dólares… el doble de su intercambio comercial con Estados Unidos.

Un relajado Lula da Silva, de piernas cruzadas y torso reposado conversa con Donald Trump en Kuala Lumpur, Malasia, el 26 de octubre de 2025.

De hecho, la participación por primera vez de Brasil —una nación tradicionalmente “atlántica”— en una cumbre de la ASEAN, donde fue recibido con honores, evidencia una muy posible connivencia entre Beijing y Brasilia orientada a la creación de circuitos comerciales y financieros al margen de la órbita de influencia estadounidense.

El segundo suceso de vital importancia fue la reunión clave entre Donald Trump y Xi Jinping, acaecida el 30 de octubre en el aeropuerto internacional de Gimhae, Busan, Corea del Sur, en el marco de la gira asiática del presidente estadounidense.

Trump llegaba allí exhausto tras participar en la Cumbre ASEAN, celebrada en Kuala Lumpur (Malasia) los días 26 y 27 de octubre. Posteriormente, había viajado a Japón para reunirse —los días 28 y 29— con la nueva primera ministra, Sanae Takaichi, encuentro en el que se consolidó la alianza de seguridad entre ambos países. La gira concluyó el 30 de octubre en Busan, Corea del Sur, con su asistencia a la Cumbre de APEC (Asia-Pacific Economic Cooperation), que sirvió de escenario para el esperado encuentro bilateral con Xi Jinping.

El presidente estadounidense Donald Trump y la primera ministro japonesa Sanae Takaichi inauguraron una “nueva era dorada” en sus relaciones. Sin embargo, Tokio se negó a prohibir las importaciones de energía rusa y dejó en “veremos” las inversiones por 550 mil millones en Estados Unidos comprometidas por el saliente primer ministro Shigeru Ishiba.

Trump llegaba al encuentro con Xi Jinping algo debilitado. Tuvo que abandonar sus pretensiones de conquista neoimperiales con Lula, logró acuerdos menores en ASEAN, no pudo hacer que Japón renuncie a los recursos energéticos provenientes de Rusia, y Corea del Sur rechazó explícitamente invertir 350  mil millones de dólares en la economía estadounidense.

En definitiva, no pudo llevar agua para su molino, ni aislar a China y mucho menos quebrar la alianza de ésta con Rusia. Obtuvo concesiones comerciales menores, algunas toneladas de tierras raras y declaraciones altisonantes. Nada más.

En cuanto a su importante encuentro con Xi Jinping, Trump se había propuesto tres grandes objetivos:

  1. Eliminar las restricciones chinas a la exportación de tierras raras a Estados Unidos. Es importante acotar que China concentra alrededor del 70 % de la producción mundial y más del 85% del procesamiento y refinamiento global. Aunque Washington consiguiera esta materia prima desde otros lares, no tendría la capacidad de procesarla adecuadamente y en escala suficiente. Que se entienda: todo el vasto complejo industrial-militar estadounidense depende de estas materias primas críticas. Si China decidiera firmemente no exportar este insumo, Estados Unidos colapsaría su propia industria de defensa en el mediano plazo.
  2. Que China le compre ingentes cantidades de productos agrícolas a Estados Unidos, fundamentalmente soja. Recientemente, China compró soja desde Argentina y Brasil. Los farmers, que son la base electoral de Trump, pusieron el grito en el cielo, pues dependen prácticamente de la demanda china.
  3. Que China adquiera petróleo a Estados Unidos y deje de comprárselo a Rusia.
En Corea del Sur se concretó el esperado encuentro entre los presidentes de las dos mayores potencias económicas del planeta: Donald Trump, por Estados Unidos, y Xi Jinping, por China.

Xi Jinping era absolutamente consciente sobre estas necesidades estadounidenses y sobre cómo éstas repercutían en la política interior y las cuentas fiscales, de modo que Beijing siempre supo quién ostentaba el verdadero poder negociador.

En el encuentro, Xi Jinping fue directamente al grano: En primer lugar, preservó la relación con Rusia como retaguardia estratégica negándose a dejar de comprar petróleo y gas ruso, con lo cual, desestimó toda posible provisión desde Estados Unidos. A tal punto está aceitada la cooperación entre chinos y rusos, que apenas después de la cumbre Xi-Trump, altos dirigentes chinos (y el mismo Xi Jinping) se reunieron con el primer ministro ruso, Mijaíl Mishustin, en misión de interconsultas.

El presidente chino Xi Jinping se reunión con el primer ministro ruso Mijaíl Mishustin el 4 de noviembre de 2025 en Beijing.

En lo referido a las exigencias estadounidenses sobre las tierras raras procesadas, Beijing aceptó únicamente suspender hasta noviembre de 2026 —es decir, de manera temporal y no indefinida— la aplicación de nuevas restricciones de exportación. En otras palabras, China no renuncia a su potestad de controlar esos flujos estratégicos, sino que pospone la implementación de medidas adicionales durante un plazo acotado. En términos prácticos, se trata de una moratoria, no de una liberalización real del sector.

En consecuencia, la dependencia estructural de la industria estadounidense respecto del procesamiento chino se mantiene, lo que plantea a Washington la necesidad de redefinir sus márgenes de presión y negociación en el futuro.

Beijing aceptó también comprar 12.000 toneladas de soja estadounidense y otros productos agrícolas no especificados, lo cual estabiliza el dependiente sector primario estadounidense. Esto también fue un acierto chino, pues los “sojeros” brasileños habían subido el precio de la tonelada aprovechando la restricción. Vale decir: las compras de soja por los importadores chinos operan como amortiguador para precios agrícolas y como concesión política visible para la administración estadounidense.

El equipo negociador del presidente chino Xi Jinping enfrentado al del presidente estadounidense Donald Trump en su breve reunión del 30 de octubre de 2025, en Corea del SurWashington subestimó la resiliencia de China, así como su éxito al desviar las exportaciones estadounidenses hacia otros mercados, principalmente asiáticos.

Trump, por su parte, anunció una rebaja en algunos aranceles (por ejemplo, reducción selectiva vinculada a precursores de fármaco/ítems específicos del 20% al 10%), lo que dejó la tarifa promedio sobre cierto universo de productos chinos en torno al 47% (de un 57%) que alivia la presión inmediata sobre el comercio bilateral.

Si alguien interpretó perfectamente el resultado de las negociaciones fue el mercado de valores de China, que subió un 34% en términos de dólares. El efecto es evidente: menor volatilidad en commodities y cadenas de suministro liberadas temporalmente.

Las cuestiones por las que Trump inició la guerra comercial —revertir la balanza comercial con China, desligar la asociación estratégica sinorrusa, obtener inversiones extranjeras para reindustrializar, fustigar el poder chino—, fueron incumplidas: por el contrario, China simplemente utilizó dos medidas retaliativas — limitó la exportación de metales e imanes de tierras raras y dejó de comprar soja—, y Washington tuvo que cambiar sus prioridades exigiendo únicamente que levanten esas medidas, dada su elevada dependencia.

Donald Trump obtuvo algunas importantes concesiones del presidente chino, pero demostró que depende mucho más de la buena voluntad china para equilibrar sus cuentas y mercado interno, que de su iniciativa virulenta de imponer condiciones.

En sus declaraciones, Xi Jinping dio muestra de magnanimidad y una asertiva visión de equilibrio: “El desarrollo y la revitalización de China y el objetivo del presidente Trump de hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande no son mutuamente excluyentes”. Esto es un verdadero órdago a la Trampa de Tucídides que impera en los estrategas estadounidenses.

China hizo un verdadero intento de restablecer la estabilidad en la relación sino-estadounidense, o al menos, evitar que la sangre llegue al río, afectando las cadenas globales de suministro. Sin embargo, por ahora es una tregua, sin acuerdo final.

Se omitieron temas geopolíticos como Taiwán y los semiconductores, y en APEC se utilizó la terminología china “comunidad de Asia-Pacífico” (en lugar del término estadounidense “Indo-Pacífico”).

En paralelo, mientras Beijing retrotraía las medidas sancionatorias sobre la soja y las tierras raras que había decidido como contraparte a las sanciones estadounidenses al libre mercado, impulsaba una progresiva yuanización del comercio y las finanzas globales, a través de acuerdos de petroyuan con las monarquías árabe del Golfo y sus socios BRICS, impulsándolos a la vez a usar el Sistema Chino de Pagos Interbancarios Transfronterizos (CIPS) que complementa y sustituye al SWIFT.

Además, China no fue al ASEAN en modo testimonial:

  1. Firmaron un acuerdo bilateral de comercio por 771.000 millones de dólares en medio de los aranceles estadounidenses con el objetivo de “reducir las barreras comerciales y fortalecer la conectividad de la cadena de suministro”.
  2. Indonesia se larga a emitir sus primeros bonos en yuanes por equivalente a 842 millones de dólares, eludiendo directamente el sistema del dólar estadounidense.
El ministro de Comercio de China, Wang Wentao, y el ministro de Inversión, Comercio e Industria de Malasia, Tengku Zafrul Abdul Aziz, en carácter de representante del ASEAN (dado que Malasia es presidente rotatorio), en presencia de primer ministro del Consejo de Estado de ChinaLi Qiang, y el primer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, tras la firma del Protocolo de Actualización 3.0 del Área de Libre Comercio ASEAN-China (ACFTA 3.0). Como gesto simbólico, esto ocurrió a las 48 horas que Trump abandonó Kuala Lumpur

La dinámica observada en Kuala Lumpur confirma que el Sudeste Asiático se ha convertido en uno de los ejes decisivos del nuevo orden multipolar. La incorporación de Timor Oriental —un símbolo de la colonización occidental, y a la vez, un subproducto de la Guerra Fría—, la resolución diplomática del conflicto entre Tailandia y Camboya —artificialmente manipulado—, y la participación inédita de actores extra-regionales como Brasil evidencian que la ASEAN ya no es un engranaje periférico de la arquitectura occidental, sino un bloque que orienta su propia agenda.

Frente al retroceso relativo de la influencia estadounidense y la consolidación de la gravitación económica china, la región fortalece mecanismos de integración intrarregional y diversifica alianzas, reduciendo su dependencia de potencias externas.

En este sentido, la cumbre no solo reflejó la reconfiguración de las relaciones de poder en Asia, sino también la emergencia de una lógica que prioriza la soberanía, la negociación multilateral y la construcción de un espacio económico asiacéntrico capaz de disputar, en términos estructurales, la centralidad global que durante décadas monopolizó Occidente.

Por Christian Cirilli

La Visión, 7 de noviembre de 2025.


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