Por Silvio Cuneo Nash

Partamos por el final: la madrugada del 2 de noviembre de 1975, Pier Paolo Pasolini fue brutalmente asesinado supuestamente por Pino Pelosi, un joven marginal de 17 años, quien lo habría agredido luego de haberse negado a mantener relaciones sexuales con él. El rostro de Pasolini, bañado de sangre y completamente desfigurado, y su cuerpo totalmente destrozado, serían consecuencia –según testigos que escucharon la paliza- de al menos tres hombres que masacraron al poeta.
Por otra parte, Sergio Citti (cineasta y amigo de Pasolini) asegura que ese mismo día Pasolini había recibido una invitación para ir a buscar unos negativos de su última película que le habrían robado durante el rodaje.
Resulta incuestionable que Pasolini generaba incomodidad en diversos sectores, especialmente en los más poderosos, y aquí posiblemente es donde se puede vislumbrar la desidia de las autoridades para esclarecer los hechos, pues “había formulado severas críticas al Vaticano, a la Democracia Cristiana como suma de la pequeña burguesía y del campesinado, a la extensión del aborto, a la complicidad de las altas esferas con los sangrientos atentados fascistas, a la propaganda televisiva en el modelo de vida de los cualquiera (mondo ‘qualunquístico’), a Fellini, a la homologación neofascista de todos los jóvenes, a la pérdida de todos los dialectos en la homologación cultural neofascista, al parlamentarismo neofascista, a Cien años de soledad –un buen guion y pésima literatura-, al subEstado del confort, a los pelos largos de los hijos de las revueltas estudiantiles de finales de los sesenta, a la superación del progreso por el desarrollo, a los lenguajes de la Mafia y del Estado, a la censura ejercida por el estalinista Partido Comunista Italiano, a la droga, a la concepción consumista de la mujer que sólo permite concebirla por el coito…”
PASOLINI
Pier Paolo Pasolini nació en Bologna el 5 de marzo de 1922. Fue un personaje controvertido, provocador e incómodo. Sus facetas más conocidas son las de poeta, ensayista y director de cine, pero también destacó como novelista, actor, pintor y dramaturgo. En 1975, pocos días después del estreno de su última película, fue asesinado en circunstancias que hasta hoy no se han aclarado.
SU CINE
Quizá la faceta más conocida de Pasolini fue la de director cinematográfico. Tras algunas colaboraciones con Fellini y Bolognini, en 1961 dirigió ’Accatone’, una película muy emparentada con el neorrealismo más ortodoxo. Luego, en 1962, dirigió ‘Mamma Roma’, brillantemente interpretada por Anna Magnani, donde al maltrato de la clase patronal se suma la denuncia de la brutalidad patriarcal.
En muchos aspectos, la crítica social de estos primeros films resulta aún más dura que aquella de los pioneros neorrealistas. Las miserias de la posguerra, tan bien retratadas por De Sica, Visconti y Rossellini, denunciaban la ruina que había generado el fascismo y la guerra. En los años sesenta, en cambio, en Italia se hablaba del ‘miracolo’ económico. Sin embargo, como en las comedias de Monicelli o Scola, los dramas de Pasolini muestran que la nueva riqueza no alcanzaba para todos.
Pese a sus conocidas posiciones anticlericales, en 1964 filma ‘El Evangelio según San Mateo’ sorprendiendo con una película que, como otrora hiciera Rossellini con ‘Francesco, Giullare di Dio’, logra compatibilizar cristianismo y marxismo. Añorando la comedia italiana, en 1966 filma ‘Pajarracos y pajaritos’. El film, empapado de poesía, nos muestra a un Pasolini experimental que se inventa un cine completamente nuevo. En 1967 filma ‘Edipo rey’ protagonizada por Silvana Mangano. Un año después se consagra con ‘Teorema’ y en 1969 filma ‘Pocilga’, película polémica y provocadora, y ‘Medea’ en la que, a través de un relato eterno contrapone naturaleza y cultura inclinándose siempre por la primera.
El primer lustro de la década del setenta, la obra cinematográfica de Paolini se cierra con la Trilogía de la vida (integrada por ‘El Decamerón’, 1971; ‘Los cuentos de Canterbury’, 1972; y ‘Las mil y una noches’, 1974) y ‘Saló o los 120 días de Sodoma’.
LA RABIA
Pasolini tenía rabia, se sabía incomprendido, odiaba la homologación cultural que imperaba y pensaba que la esperanza era una cosa horrenda inventada por los partidos políticos para tener contentos a sus electores. Esta sensación de derrota invadía al poeta en su último año de vida. Pero no fue siempre así. La Trilogía de la vida es literatura llevada al cine con un estilo sumamente realista y optimista. Son películas que tienen olores y que parecen ser imágenes exactas de épocas pasadas llenas de prohibiciones y, precisamente, entre tantas prohibiciones el sexo surge como una alegría liberatoria, rebelde y explosiva; en oposición a sociedades permisivas, que permiten algunas cosas y en las que sólo está permitido y casi obligado hacer aquellas cosas, apareciendo el sexo como una cosa permitida, pero socialmente obligatoria, como también es obligatorio tener una novia, una motocicleta o una determinada prenda de vestir.
Para Pasolini ni el fascismo ni el nazismo lograron uniformar a la gente como lo hace el consumismo. “El fascismo proponía un modelo, reaccionario y monumental, pero quedaba en letra muerta. Las diversas culturas particulares (…) continuaban imperturbables según sus antiguos modelos: la represión se limitaba a obtener una adhesión sólo de palabra. Hoy, en cambio, la adhesión a los modelos impuestos es total e incondicional. (…) A través de la televisión, el centro ha homologado el país completo, el que fuera históricamente muy diverso y rico en culturas originarias.” La ideología del consumo, según Pasolini, excluye cualquier otro tipo de ideología y su fin es la estandarización total del mundo.
‘SALÓ O LOS 120 DÍAS DE SODOMA’
‘Los 120 días de Sodoma’, obra del marqués de Sade, en un principio iba a ser dirigida por Sergio Citti con la colaboración de Pasolini. Aquel, sin embargo, se fue desencantando con el proyecto mientras Pasolini cada vez se encantaba más. Finalmente, Citti renunció y Pasolini decidió trasladar la historia de Sade a la República Social de Saló. En ese lugar Pasolini fue testigo de la crueldad nazi-fascista que presenció con horror. En la película, cuatro representantes del poder -el presidente, el duque, el obispo y el magistrado- secuestran a 18 jóvenes para explotarlos sádicamente y someterlos a tormentos y humillaciones.
Una carta escrita por Pasolini a sus 22 años evidencia lo que sentía bajo la República de Saló: “No sé si nos volveremos a ver, todo apesta a muerte, a final, a fusilamiento (…). Voy solo por los campos, y camino y camino, dentro del Friuli vacío e infinito. Todo apesta a disparos, todo produce náuseas, cuando pienso que sobre esta tierra cagan esos fulanos. Querría escupir sobre la tierra, esa cretina, que sigue dando hierbecillas verdes y flores amarillas y azules…”.
Como siempre, el director deja fuera de su obra censuras y no es necesario que las cosas se subentiendan. Por el contrario, nos muestra las más terribles vejaciones transformando su film quizá en el más polémico de la historia del cine. Muchachas y muchachos ‘bellos y saludables’ obligados a actuar como putas, violados, forzados a comer mierda y a ser torturados hasta la muerte. En el film –respetuoso de la tradición neorrealista- las cosas suceden tal cual exponiendo el lado más salvaje del fascismo y del ser humano. Una de las autoridades de este reality señala que “en una sociedad donde todo está prohibido, se puede hacer de todo: en una sociedad donde está permitido hacer alguna cosa sólo se puede hacer aquella cosa”. En esta frase central, hay también una fuerte crítica a la sociedad del consumo.
CONTRA EL PODER
Claramente Pasolini vincula la crueldad al poder. Este no sólo es el que corrompe a las personas, sino que además las hace crueles y las deshumaniza. Mientras más absoluto es el poder, más facineroso será quien lo detente. Pero ¿cuál será el peor de todos los poderes?, se pregunta Pasolini, y se responde señalando que el peor de todos los poderes imaginables es el poder absoluto con conciencia de su propio fin, es decir, nada sería peor que el poder total al que le quede poco tiempo y que quien lo detenta sabe que es así. Y eso era la República de Saló, el poder de los nazi-fascistas en el norte de Italia, ante el inevitable avance de los aliados, la inminente derrota y la caída de regímenes que parecían invencibles.
Que esto no lo diga expresamente puede deberse quizá a que ni él haya estado tan consciente del contenido de este recio mensaje en su última película. Su rabia, su congoja y su desesperanza no le permitían ver en plenitud la potencia de su obra, pero sus recuerdos de juventud no lo abandonan y su último film, como siempre, se llena de olores y en este caso huele a muerte y a fusilamiento, olor que surge en la misma tierra que es capaz de seguir dando flores amarillas y azules.
Por Silvio Cuneo Nash
Académico Universidad Central de Chile
Fuente fotografía
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