El Ciudadano
I
La cultura del silencio se introyecta en los oprimidos como “inconsciente colectivo”, traduciéndose en “conciencia servil”, fatalista y pesimista. Esto sólo se supera cuando las relaciones entre las personas y entre éstas y el mundo se transforman en un estilo de vida radicalmente diferente del anterior. Al no tener palabra, los oprimidos no pueden transformar la realidad, porque creen que la palabra es derecho sólo de algunos y no de todos. Pero la existencia humana no puede ser muda ni silenciosa, sino que debe ser llena de ideas y palabras con las cuales transformar el mundo. Por su parte, la palabra inauténtica no puede transformar la realidad, porque es alienada, alienante, hueca y antidialógica, porque el diálogo es el encuentro de las personas para el reconocimiento y transformación del mundo. Y no puede haber diálogo entre quienes sí quieren la transformación del mundo y quienes no la quieren. Estos últimos están llenos de palabras vacías y robadas pues, al basarse en la opresión, destilan odio. En cambio, el diálogo no puede existir sin fraternidad entre las personas y de éstas con el mundo.
La cultura del silencio es reflejo de la cultura dominante y resultado de las estructuras de dependencia, correspondiendo a los esquemas de pensamiento formados desde la colonización, los que han continuado hasta ahora siendo la superestructura necesaria a la estructura de dominación. Los colonizadores redujeron a los pueblos originarios a la servidumbre, convirtiéndolos en mano de obra local barata. De esta forma se redujo al pueblo al silencio, constituyéndose una conciencia oprimida al haberse internalizado la autoridad exterior y que se ha convertido en “conciencia hospedadora de la opresión”. Los oprimidos viven así la dualidad en la que ser es parecer y parecer es parecerse al opresor.
II
En este marco, sólo las élites del poder ejercitan el derecho de elegir, de actuar, de mandar, sin la participación popular. De allí se desprende la “dualidad existencial de los oprimidos”, en la que, por hospedar al opresor, “son ellos y, al mismo tiempo, son el otro”. Entonces, la conciencia de los oprimidos se hace fatalista; albergará los mitos que la debilitan y perpetúan las condiciones de la propia dominación; dará lugar a creencias y comportamientos justificadores, entre los que sobresale el reconocimiento de la propia inferioridad. Aquello originado en las sociedades coloniales sigue presente y actuante hasta hoy.
La cultura del silencio corresponde a una sociedad cerrada, cuya conciencia es “mágica” o “sumergida”, en la que los oprimidos viven su relación con el mundo como subordinados, en una situación como algo no transformable, en una realidad espesa que los envuelve, algo más o menos nublado, una especie de callejón sin salida que los angustia, sin capacidad de admiración ni de interrogantes, sino estupefactos frente a sí mismos. Dado que las personas son consideradas objetos, se les niega la condición de ser sujetos capaces de inserción crítica en el mundo para su transformación. Al impedir que los oprimidos sean, la cultura del silencio “devora” también a los opresores, convirtiendo a todos en objetos y, en consecuencia, en no-personas, o “capital humano”, o “recursos humanos”, objetos para el crecimiento económico en el actual marco de la globalización de la economía. De allí que una educación liberadora centrada en el ser y, por tanto, dirigida a la humanización, es impedida por los dueños del poder, quienes propician una cultura del silencio.
III
Es válido inferir que cuando la educación ha sido entregada al mercado, deja de ser liberadora y es innegablemente domesticadora, a fin de silenciar a la sociedad. Los dueños del poder y sus servidores buscan explicaciones por el éxodo de profesores, sin aludir a que, en la década de 1980, bajo la dictadura militar-empresarial el sistema educacional fue entregado al mercado. La docencia dejó de ser exclusivamente de carácter universitario; se bajaron los sueldos de los profesores de manera ostensible; el traspaso al sistema municipal significó el robo de los fondos previsionales; la arbitrariedad y la persecución fueron institucionalizas con una violencia inhumana; los despidos masivos de profesores con sesgos de izquierdismo político afectaron a miles de docentes; miles de profesores fueron detenidos, torturados, asesinados, exiliados, algunos fueron degollados y otros se encuentran aún entre los detenidos-desaparecidos. No se ha omitido momento alguno para que el magisterio sea tratado como un segmento de personas inferiores a los que se les puede humillar, denostar, criticar, burlarse públicamente de la situación opresiva que padecen, haciéndolos culpables del bajo nivel escolar (1).
Hoy se reitera la discusión sobre la violencia escolar, la salud mental y las necesidades especiales en el sistema escolar, sin considerar que la raíz de dichos problemas se encuentra en la destrucción de la educación pública, así como tampoco se hace mención a que la crisis obedece a un plan de las élites para mantener la opresión en medio de una cultura del silencio. A través de una educación domesticadora se silencian las discriminaciones raciales, sociales, económicas y culturales. La cultura del silencio permite que las escuelas hagan creer que las opresiones, las injusticias, la violencia institucionalizada forman parte de la naturaleza y el oprimido se convence de que su situación la merece y no puede salir de ella. La educación, por tanto, conduce a que cada uno se convierta en cómplice del capitalismo, omitiendo mínimas resistencias frente a proyectos y promesas de las autoridades que nadie entiende porque se expresan en lenguaje pseudo técnico y descontextualizado, obligando a ser aplicados mecánicamente. En síntesis, el magisterio ha sido condenado a aceptar ser administrador de su propia derrota, en actividades que son contabilizadas de acuerdo al grado de obediencia, puesto que cada día se debe trabajar más y ganar menos, debido al miedo impuesto frente a los despidos y a la incertidumbre de las renovaciones anuales de los contratos. Así se va quebrantando la salud mental y se va perdiendo la dignidad, como también la inestabilidad laboral rompe los procesos pedagógicos, provoca desgaste emocional en profesores y estudiantes, además de constituir el medio de erosión de la confianza en la educación pública (2), la cual es un derecho fundante (y no instrumental) de la vida en común (3).
Concordando con el pensamiento de Nietzsche, la educación domesticadora conduce a desembocar en una cultura del silencio y del nihilismo, esto es, aquella situación en que los valores supremos han perdido su vigencia porque faltan la finalidad y la respuesta a la pregunta por el por qué. No habrá repuesta al por qué mientras no se reconozca que la dictadura que mató a la democracia en Chile se esmeró en atacar la médula de la nación destruyendo la educación al reducir la profesión docente a ser depreciada y despreciada. Para dominar a los pueblos, los colonizadores usaron la violencia física. Hoy, los dueños del poder usan a la educación para silenciar a los pueblos y modelar sus conciencias al silencio. Es una explicación de la derrota sufrida en el plebiscito de la Convención Constitucional, del avance de la ultraderecha, del arribismo, del consumismo, de la nostalgia de la dictadura de Pinochet, de la prepotencia del empresariado y de sus representantes políticos, del cinismo de las FFAA y policiales, de la cobardía e hipócrita traición de los dirigentes y líderes de la Concertación, porque no han reconocido, ni juzgado, ni condenado los crímenes y latrocinios de la dictadura, con lo que han fomentado la impunidad y se han convertido en sus cómplices.

Ante los indicadores de las encuestas que muestran apoyo a la derecha en torno a las candidaturas a la Presidencia de la República y los lamentables planteamientos de los candidatos, es válido recordar lo que alguna vez dijo Jorge Luis Borges: “las dictaduras fomentan la opresión; las dictaduras fomentan el servilismo; las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez”.
Por Hervi Lara B.
Santiago de Chile, 7 de noviembre de 2025.
Fuente fotografía
NOTAS
- Anotaciones personales de un ciclo de conferencias de Jean-Ivez Calvez en el Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales (Ilades), Santiago de Chile, 1996.
︎ - Cfr: Katherine Rozas. El Ciudadano (30-9-2025).
︎ - Anotaciones de conversaciones con el académico y sociólogo de la educación Andrés Domínguez.
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