La UE y China cumplen 50 años de una relación compleja
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La UE y China cumplen 50 años de una relación compleja


Por Biljana Vankovska

Cualquier relación que perdura durante medio siglo está destinada a ser compleja, marcada por períodos de armonía, tensión, adaptación y cambio. Mantener una relación así requiere buena voluntad, comprensión mutua, capacidad para gestionar las diferencias y un compromiso de respeto. Con el tiempo, ambos socios evolucionan, no solo a nivel individual, sino también a través de sus interacciones. Esto es tan cierto en las relaciones políticas como en las humanas.

El quincuagésimo aniversario de las relaciones diplomáticas entre la Unión Europea (UE) y la República Popular China llega en un momento especialmente turbulento. No se trata simplemente de dos actores diferentes, sino que pertenecen a trayectorias políticas fundamentalmente distintas y el panorama mundial que les rodea ha cambiado drásticamente. La UE, largamente elogiada como un proyecto político y de paz único en las relaciones internacionales, está ahora preocupada por su última iniciativa, ReArm. China, por el contrario, se presenta como un modelo de estabilidad interna y defensora de la paz mundial.

Resulta instructivo hacer un breve repaso histórico. En 1975, cuando se establecieron las relaciones, la UE tal y como la conocemos hoy no existía. En su lugar, la Comunidad Económica Europea acababa de ampliarse de seis a nueve miembros con la adhesión del Reino Unido, Dinamarca e Irlanda. Lo que siguió fue un proceso dinámico, aunque desigual, de integración y ampliación. A menudo comparada con una “sinfonía inacabada”, la UE ha aspirado durante mucho tiempo a conciliar las características de una organización internacional clásica con las de una entidad política sui generis, careciendo, sin embargo, de una estructura estatal unificadora.

Los intentos de federalizar o constitucionalizar la Unión se estancaron con el fracaso de la Constitución Europea en 2005. Desde entonces, la gran visión de Europa como potencia normativa mundial se ha desvanecido. La crisis financiera de 2008, el Brexit, la pandemia y la guerra en Ucrania han sacudido los cimientos de la UE. El actual auge de la militarización, acompañado de divisiones internas, ha hecho que la UE actual sea apenas reconocible, o tal vez simplemente ha revelado su verdadero carácter.

Durante décadas, el proyecto europeo fue alabado como la materialización de la paz kantiana: un modelo en el que enemigos históricos se convertían en aliados cercanos, compartiendo la soberanía a través de instituciones supranacionales, especialmente en el ámbito económico. Sin embargo, este discurso a menudo ocultaba la complicidad de la UE en formas modernas de imperialismo y amnesia colonial.

El camino recorrido por China no ha sido menos transformador. Solo en 1971 la República Popular China obtuvo el reconocimiento como representante legítimo del país en las Naciones Unidas. La normalización de las relaciones con Occidente se produjo rápidamente. En la imaginación occidental, China fue durante mucho tiempo considerada una nación campesina, cuyo pueblo luchaba por sobrevivir en la pobreza. Incluso hoy en día, los líderes occidentales expresan en ocasiones una condescendencia apenas velada, ignorando el espectacular auge socioeconómico y el avance tecnológico del país.

La consolidación interna de China, incluso tras el supuesto “colapso del comunismo” (una tesis que no se ajusta a los hechos), se ha centrado en la estabilidad y el orden, más que en el pluralismo político. El modelo chino, centrado en la gobernanza del desarrollo, la erradicación de la pobreza y el bienestar colectivo tiene poco en común con el modelo democrático liberal, con sus incesantes ciclos electorales, sus conflictos internos y su competencia por el poder, a menudo disfuncional. El socialismo con características chinas, que combina los mecanismos del mercado con una fuerte supervisión estatal, surgió de un largo y doloroso proceso nacional. Lo que ha tomado forma es un Estado-civilización que considera la gobernanza como una continuación de su legado milenario. Desde las reformas pragmáticas de Deng Xiaoping hasta la postura global asertiva de Xi Jinping, la transformación es asombrosa. Quienes visitan China quedan impresionados no solo por sus infraestructuras, sino por la sensación de encontrarse en una dimensión temporal diferente. Mientras Europa se dedica a la autodestrucción y vuelve la vista hacia episodios devastadores del pasado, China mira hacia el futuro.

El surgimiento global de China, personificado en la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (lanzada en 2013), ha desafiado los supuestos occidentales. Aquí surgen preguntas incómodas: ¿Hasta qué punto son sinceras las afirmaciones europeas sobre la construcción de la paz a través de la cooperación económica? Durante décadas, la UE ha predicado que la paz y la prosperidad se pueden lograr mediante la integración regional, hasta tal punto que en 2012 se le concedió el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, ese premio coincidió con una crisis de deuda paralizante, una desigualdad cada vez mayor y grietas visibles en la solidaridad europea. La superioridad moral se derrumbó durante la crisis de la deuda griega, la ola de refugiados de 2015 y la pandemia. Además, la UE ha descartado la guerra entre sus miembros, pero no ha hecho nada bueno para evitar la guerra en Ucrania o detener el genocidio en Gaza.

Mientras tanto, China ha seguido adelante, no con sermones y predicando la democracia, sino con inversiones. En Asia, África, América Latina y más allá, muchos países en desarrollo ven a Pekín como un socio que cumple, mientras que las potencias occidentales a menudo reempaquetan viejas actitudes paternalistas con el lenguaje de la democracia y los derechos humanos. Para muchos, China representa un nuevo tipo de proyecto de paz: pragmático, orientado al desarrollo y mutuamente beneficioso.

En un momento en que este cincuentenario se celebra con conferencias y ceremonias diplomáticas, el contraste entre los dos actores no podría ser más marcado. Bruselas había previsto inicialmente una cumbre conmemorativa con la asistencia del presidente chino, Xi Jinping. Xi la rechazó alegando motivos protocolarios y ofreció enviar en su lugar al primer ministro, lo que recuerda que la UE no es un Estado soberano y carece de un liderazgo único y unificado. Según algunas informaciones, la cumbre podría celebrarse ahora en Pekín en julio, aunque los detalles no se han confirmado todavía.

Es fundamental señalar que la UE y China nunca han estado “casadas”. Ambas partes mantienen la libertad de aplicar estrategias divergentes y defender sus respectivos intereses. No habrá desengaños, pero podrían perderse oportunidades para profundizar la cooperación, el entendimiento mutuo y las contribuciones conjuntas a la paz y el desarrollo mundial.

Por Biljana Vankovska

Biljana Vankovska es profesora de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de San Cirilo y San Metodio en Skopie, miembro de la Fundación Transnacional para la Investigación de la Paz y el Futuro (TFF) en Lund, Suecia, y la intelectual pública más influyente de Macedonia.

Este artículo fue elaborado por Globetrotter.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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