Tres características reveladoras del genocidio palestino (III): Palestinización de los pueblos
Politica

Tres características reveladoras del genocidio palestino (III): Palestinización de los pueblos


Por Aldo Bombardiere Castro

Según hemos visto en las dos entregas anteriores, y apoyados en los trabajos de Mauricio Amar y Rodrigo Karmy, el genocidio palestino que perpetra Israel en Gaza posee un carácter peculiar: representa la excepción singular capaz de revelar una regla general. Así, ha de ser el signo que expresa el significado de nuestra realidad mundial. En efecto, su excepcionalidad resulta propiamente peculiar dado que este genocidio expone, por primera vez en la historia de la humanidad, al menos dos fenómenos que afectan al conjunto del planeta: la desactivación y aniquilación del sistema del derecho internacional y un creciente proceso de israelización del mundo. Recapitulemos brevemente ambas características.

Hasta antes del 7 de octubre parecía impensado que, en pleno siglo XXI, un genocidio fuese transmitido en vivo a cada uno de los rincones del planeta. A su vez, también parecía impensado que contara con la complicidad, ya sea por acción u omisión, de las grandes potencias mundiales y, por extensión, de todo el orden del sistema del derecho internacional representado por la arquitectónica de la Organización de Naciones Unidas y sus oficinas asociadas. Pero no ha sido así: asistimos a dos años de genocidio transmitido en vivo y bajo el beneplácito de un sistema internacional impotente. En este sentido, el genocidio ha venido a exhibir el rumbo explícitamente necropolítico tomado por el progresismo liberal, así como las extremas limitaciones de sus instituciones, sostenidas en valores supuestamente humanistas y en altisonantes principios universales.

Hoy el aparataje institucional de las democracias liberal-burguesas muestra su absoluto vaciamiento a escala global. Y aún más. Lo peor no es eso, sino que consiste en que, pese a tal vaciamiento, la institucionalidad siga, hasta ahora, operando a nivel retórico y burocrático. Por ejemplo, y sólo por nombrar unos casos: que continúen las declaraciones de Presidentes europeos en condena a Israel mientras sus Estados mantienen las relaciones militares y comerciales; que no cesen de presentarse mociones en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para terminar con el genocidio, a sabiendas del desvergonzado veto que, una y otra vez, ha impuesto e impondrá EEUU; que el constatado crimen de genocidio concluido por la investigación a manos de la Corte Internacional de Justicia, así como las órdenes de captura a los dirigentes israelíes dictadas por el Tribunal Penal Internacional, sean reconocidos y, al mismo tiempo, vulnerados por países occidentales al no hacerlos efectivos. Todo ello es síntoma de la crisis terminal de un sistema global que, desprovisto de cualquier espíritu y reducido a mero aparataje técnico, ha quedado revelado, de manera inédita, a causa del genocidio que Israel ejecuta contra el pueblo palestino. Se trata, acaso, de la sustitución del sistema del derecho internacional por el sionismo como sistema. He la primera característica, hasta ahora inaudita en la historia moderna.

Por otro lado, y en sintonía con lo anterior, en nuestra segunda entrega expusimos otra característica reveladora del genocidio palestino: el proceso de israelización del mundo. En efecto, más que considerar el genocidio en Gaza como un evento primordial y completamente excepcional, enfatizamos cómo su excepcionalidad consiste, justamente, en lo contrario a la exclusividad. Es decir, Gaza muestra la generalidad de las opresiones que el capital impone a nivel global contra todos los pueblos. La diferencia entre las opresiones del capital imperial contra Gaza y sobre el mundo, entonces, sólo residirían en una diferencia de “grado”, no de la “naturaleza”: el genocidio en Gaza, entendido como expresión de la fase final y genocida de un dilatado proceso de colonización por asentamiento de tierras palestinas y de la consecuente limpieza étnica de su pueblo, corresponde a la intensificación de las prácticas gubernamentales y cotidianas que, día a día pero con menor énfasis, sufrimos en todas partes del planeta. No es casual, así, que gran parte de los dispositivos de manipulación y tecnologías de devastación de la naturaleza, así como las técnicas de explotación y dominación de las fuerzas de trabajo, de restricción y control del movimiento humano, o de administración y represión de la vida y de los cuerpos, sean utilizados en Occidente, justamente, teniendo como modelo a Israel, tanto en su inmediato origen material como en la simbolización de un ideal de “planificación social” y apartheid, que inspiran al capitalismo global en su fase neofascista.

En suma, ambas características que hemos mencionado no sólo son distintivas de aquel acto de máxima violación de los DDHH que constituye al genocidio, sino también, en su exclusividad, y lejos de ser privativas de Palestina, expresan una realidad que, con intensidades y consecuencias variables de grado, pero no de naturaleza, compartimos todas las sociedades del orbe: la aniquilación del derecho internacional y la israelización del mundo.

Sin embargo, dentro de tal panorama se torna necesario reparar en otra dimensión. Una dimensión a primera vista poco perceptible, pero, no obstante, esencialmente esperanzadora. Nos referimos a cómo el genocidio palestino en Gaza da luz una suerte de espíritu existencial capaz de vivificar el cuerpo de las multitudes a extensión mundial. Se trata, por cierto, de la creciente palestinización de los pueblos, en virtud de la cual asistimos a una heterogénea hermandad entre éstos, con miras a una misma -pero no única- resistencia. Resistencia de las multitudes y multitud de resistencias.

Eje de la resistencia

Hoy más que nunca queda de manifiesto una doble fractura a nivel ético-político dentro del escenario mundial (Karmy, 2025). Por un lado, advertimos una fractura, por así decirlo, vertical, donde se remarca la posición oficial de complicidad con/condena a Israel adoptada por los Estados, en la cual impera la correlativa tendencia de naciones occidentales cómplices con el genocidio, en contraparte, de naciones del -así llamado- Sur global que condenan al mismo.

Por otro lado, nos hallamos ante una fractura horizontal, la cual atraviesa a la anterior, cuyo clivaje se entronca en torno al eje ciudadanía/gobiernos. Es un hecho que la inmensa mayoría de la población mundial exige poner fin al genocidio. En ese sentido, gran parte de la ciudadanía no se encuentra representada por los gobernantes de sus Estados, quienes o bien siguen manteniendo o fortaleciendo lazos con Israel, o bien se muestran tan sólo narrativamente opuestos a la entidad sionista.

En concordancia con esta doble fractura, podemos apreciar dos connotaciones distintas del término “resistencia”. Al interior de la fractura vertical, el grupo de Estados más decisivamente condenatorios de Israel pregona la palabra “resistencia” principalmente a partir de consideraciones soberanistas, identitarias, culturalistas, a veces estatistas y siempre geopolíticamente motivadas. Hablamos, por supuesto, del discurso enarbolado por el conocido “Eje de la resistencia”, conformado por aquellos Estados y organizaciones de combate (en ningún caso, y a falta de términos mejores, “terroristas” ni “yihadistas”) pertenecientes a un horizonte cultural islámico. Entre ellos se encuentran, prioritariamente, la República Islámica de Irán, el Yemen de los hutíes, Hezbollah del Líbano, algunos movimientos iraquíes vinculados indirectamente al gobierno del país y grupúsculos muy minoritarios en Siria. Todos ellos se hallan comprometidos con la lucha por la liberación nacional del pueblo palestino y, al mismo tiempo, con la destrucción de Israel en cuanto Estado, dada la gravísima amenaza que este enclave colonial, representante de los históricos intereses imperialistas de Occidente, reporta para el conjunto de la región. La manera de comprender la resistencia por parte de tal “Eje” es específico: a partir de un núcleo de sentido principalmente soberanista. No se trata, en última instancia de formas-de-vida libres y desenvueltas desde el seno de los pueblos. En contraste, representa una noción de resistencia prioritariamente reactiva: resistir contra la entidad sionista de Israel y los intereses y fuerzas del capital imperial global que animan al sionismo en tanto sistema.

Si bien sabemos que, entre otras muchas significaciones, resulta verdadero que Israel constituye la cristalización actual de una histórica y usurpadora dominación imperialista a manos de un Occidente sostenido por el clásico discurso del progreso civilizatorio a costa del despojo y sometimiento de las regiones periféricas, la noción de resistencia propia de este Eje no va mucho más allá de una herramienta discursiva. Se trata de una suerte de medio para la conservación y valoración de la cultura árabe, en particular, e islámica, en general. La resistencia en clave reactiva, entonces, más que motivar la utopía de formas-de-vida siempre abiertas a la desidentificación y mixtura de los pueblos, busca resguardar los órdenes y las jerarquías ya establecidos.

La invaluable riqueza de la cultura persa, la dualidad marina y desértica de una tan sobria como bella arquitectura yemení, la enigmática y cósmica sabiduría de los textos coránicos, con sus comentaristas encantadoramente laberínticos -a modo de fractales de sus fractales-, sin duda exigen ser conservados; debemos todos, y no sólo el “Eje de la resistencia”, resistir por ellos. Pero, al contrario, no han de ser conservadas las desigualdades económicas, sociales y de género, el rigorismo y la censura de la institucionalidad religiosa, el militarismo como culto de vida, el etnocentrismo propio de una comunidad con su narrativa solapadamente supremacista y/o la utilización de los aparatos estatales para incrementar, reproducir y absolutizar el poder económico y político de una elite dominante. Pese a que dentro del contexto actual y a nivel geopolítico nuestro apoyo al “Eje de la resistencia” ha de ser irrestricto, así como, también dentro de este contexto, ha de saludarse con el mejor de los bríos su oposición a la ya terminal hegemonía occidental. El acercamiento de este Eje a los BRICS, con su capitalismo de Estado, su ganar-ganar y mayor justicia comercial, también ha de saludarse. No obstante, el concepto de resistencia enarbolado por aquel, más que definir el sentido político del concepto, lo reduce, limitándolo simplemente a una versión retórica e instrumental proveniente desde el aparato Estatal: la conservación de la soberanía.

Resistencia de los pueblos

Cuando hablamos de la palestinización de los pueblos nos referimos a otra cosa. No sólo a resistir contra las opresiones intrínsecas al dominio del capital, esto es, frente a la israelización del mundo. Más bien, remitimos al fenómeno de cómo los pueblos, justamente enfrentados a los dispositivos de dominación del capitalismo imperial, aprecian en la dignidad de la resistencia palestina una clave de significación histórica común a ellos mismos y, a la vez, capaz de impulsarlos a reconocerse y vincularse, a afirmarse e imaginarse, o sea, a activar su propia resistencia a la luz del espejo que refleja Palestina. La resistencia como un resistir no de la soberanía, sino de la vida misma y formas-de-vida de los pueblos: la posibilidad de un mundo otro ya enraizada a este mundo. La palestinización de los pueblos no guarda relación directa con una alianza geopolítica bajo los retoques moderados o estatistas del mismo esquema del capital global. Su resistencia no es la de un “Eje”; es la de la irreductibilidad de la vida y del comunismo, cósmico y terreno, de los pueblos. La resistencia es el lugar donde las tecnologías del capital se encuentran con su propia impotencia, con su necrótica miseria, justo allí donde no les queda más que desatar un diluvio de fuego para rendir culto a su dios de la muerte.

Lejos de Palestina, los pueblos se reconocen en su seno. En efecto, los pueblos sólo advienen en la medida que los cuerpos se encuentran, de golpe, en las calles: los pueblos irrumpen. No hay sustancialidad de los pueblos, como sí la hay de la ciudadanía, en cuanto conjunto de ciudadanos. Los pueblos no preexisten a la manifestación de las multitudes infectando, avenida por avenida, los conductos de la ciudad moderna. La dignidad, la imaginación y el deseo de justicia atizan la resistencia de los pueblos.

Tras dos años de genocidio, la presión popular le esté doblando la mano a los gobiernos, poniendo y exponiendo los cuerpos de los manifestantes en nombre de los mártires palestinos, mujeres, niñeces, abuelos, hombres. Los pueblos sólo han de ser pueblos cuando salen a las calles, como si se tratara de una extensión de los cuerpos palestinos. Gracia a ello, la fractura horizontal de la cual hablábamos, aquella estructurada en base a la división ciudadanía/gobiernos, hoy está siendo reconfigurada en virtud de las movilizaciones y estrategias de visibilización y educación acerca no sólo del genocidio, sino de la historia palestina, y del proyecto colonial con que el sionismo intenta borrarla y exterminar a su pueblo. Los pueblos se palestinizan, justamente, cuando salen a la calle, cuando se constituyen en el acto de protesta contra el modernismo bienpensante, burgués y liberal de la ciudadanía y a favor de una imaginación emancipadora depositada en la invención de lo porvenir. La palestinización de los pueblos corresponde a la misma popularización de los pueblos: a la revelación de la potencia esencial que albergan los pueblos.

De esta manera, la emergencia de los pueblos no sólo aminora la brecha propia de la fractura horizontal ciudadanía/gobiernos, sino, más bien, la deroga: hace que los gobiernos, poco a poco, teman a la potencia de los pueblos. Es así como la derogación de la ciudadanía motivada por la sostenida y creciente imagen de los pueblos movilizados a cielo abierto entre banderas palestinas, atormenta a las jerarquías de los poderes estatales, por cierto, atestados de intereses comerciales y de exigencias dictadas por el lobbie sionista. Esto es lo que ha empujado a los gobiernos a tomar decisiones más enérgicas en condena a Israel, redundando no sólo en la destitución simbólica y transitoria del clivaje horizontal ciudadanía/gobiernos; también redundando en cómo tal destitución va reconfigurando la cartografía de fuerzas geopolítica del otro clivaje, el vertical, correspondiente a Estados en complicidad con/condena a Israel, afectando la inclinación de la balanza.

El modo de darse de la palestinización de los pueblos es incipiente pero también irrefrenable. Al igual que el genocidio en Gaza, contiene componentes inéditos a nivel histórico: por primera vez se trata de los atisbos de una revuelta a escala planetaria. La resistencia, por ende, no es sinónimo de mera sobrevivencia contra las opresiones, sino una forma-de-vida en sí misma: la esperanza en lo porvenir que empieza a comulgar con la imaginación y la dignidad.

Así, las calles de diversos países son pisadas por columnas de manifestantes cada vez más numerosas; las flotillas y caravanas solidarias no cesan de dirigirse a Gaza por mar y tierra, pese a la criminal represión del sionismo y de los Estados a él asociados; se inundan las redes sociales tanto con información sobre Palestina como con análisis de los que muestran la relación directa entre la Nakba y los fenómenos de devastación y exterminio inherentes al proceso de capitalismo y modernidad; se movilizan cientos de miles de personas en lugares puntuales para exigir el fin del genocidio, consiguiendo, por ejemplo, detener la “Vuelta Ciclista a España”; cada vez hay más conocimiento acerca de los mecanismos de boicot económico y académicos a Israel provenientes de la sociedad civil; se levantan lúcidas y valientes voces judías que condenan al sionismo, denunciando la ilegítima, trivializante, victimizante e interesada apropiación que éste realiza tanto del mismo judaísmo como del concepto de antisemitismo (Slachevsky, 2024); se introducen, anónima y espontáneamente, simbologías palestinas en la esfera pública, desde stickers hasta el uso de kufiyas, desde rayados con poemas de Darwish tras el asiento de autobús hasta súbitas intervenciones en edificios gubernamentales para compartir un desayuno con pan sin levadura dispuesto sobre un mantel que lleva bordado la medialuna del profeta.

Por lo mismo, a la hora de referirse a la potencia de la resistencia palestina y a la rebeldía con que ella se expande a cuerpos cada vez menos dóciles y sumisos a los dictados del capital, Mauricio Amar sostiene:

Esos cuerpos salen a las calles y a los líderes del mundo les encantaría que sus gritos fueran domesticados: “paz”, “amistad”, “no más guerra”, así en plural. Cuando emerge, en cambio “desde el río hasta el mar”, “la intifada vencerá”, “el sionismo es criminal”, no hay otra posibilidad que reprimir, golpear y encarcelar, para que todo sea olvidado, para que el miedo sea más grande que el deseo de ser como los palestinos, porque esos líderes saben que cuando esos cuerpos sean palestinos, nada los salvará a ellos del derrumbe. (Amar, 2025)

La palestinización de los pueblos habla resistiendo: habla de lo que vale la pena ser nombrado para que siga resistiendo el inmemorial e infinito arte de hablar. Habla de la dignidad de las multitudes allí donde son capaces de deponer la vigencia de los Estados, a través de esos mismos cuerpos ya sin ojos, los cuales, perfumados en martirio, se exponen y oponen a las metrallas policiales. Habla de la poesía que florece entre los barrotes de un lenguaje tecnificado y algorítmicamente prediseñado, tal cual los poemas escritos por palestinos que, subvirtiendo las tecnologías de tortura hundidas en las mazmorras sionistas, se han logrado filtrar para ser musitadas en cercanía a nuestros oídos. Habla de la organización que surge antes de pensar organizarse, de los pescadores y de los niños jugándose la vida mientras juegan a bañarse; de la política del habitar que antecede y prima a la de los partidos; de la política de los cabildos y ollas comunes, donde lo común de compartir el alimento es también lo común a los pueblos: el hambre de lo porvenir. Habla de los afectos al calor de un té, del doble beso en la mejilla, del humus que, por contener en su pasta los abrazos de la humanidad, se subleva ante la captura sionista y contra la industria alimentaria del capital global, para volver, mañana tras mañana, a las sonrisas de cada mesa. Habla de las consignas, de las ironías, de las promesas y de las invencibles figuras estampadas sobre una catástrofe de hormigón que serpentea y fragmenta a Cisjordania. Habla de los bordados y de los secretos de las madres, de las historias de los abuelos y de la valentía de los padres, de la tierra y de los árboles, del mar y de su aceitosa arena, de las montañas nevada que Palestina nunca tuvo, pero que día a día le ofrendan desde un Wallmapu tan digno como ella, como fiel hermano de resistencia.

Héctor Llaitul, líder de la organización de resistencia mapuche Comunidad Arauco-Malleco, ha escrito:

La lucha del pueblo palestino y la lucha del pueblo mapuche son resistencias contra el colonialismo y todas sus manifestaciones, porque en el fondo se trata de luchas contra la supremacía racial y el fascismo como expresión desesperada del capitalismo. (Llaitul, 2015)

Sumud

¿Por qué hay genocidio? Porque hay resistencia. No al revés.

En este sentido, las posibilidades de una revuelta planetaria cada vez son más reales. Pero he aquí el problema: los pueblos no son una sustancia, no preexisten al derrame de los cuerpos, que, en común insurrección callejera, irrumpen multitudinariamente en calidad de pueblos arrojados a la vivificación de habitar otro.

Así, mientras no exista auténtica solidaridad, sino sólo simpatía por Palestina, los pueblos del mundo no se darán cita, ya que tan sólo habrá de mantenerse el desarrollo del tiempo histórico capturando aquella potencia popular, apresándola bajo la categoría de mera “ciudadanía”. En tal caso, como lo estamos hoy, no dejaremos de ser presa del espectáculo con que el capital necropolítico opera su israelización del mundo. Entonces, la debacle del derecho internacional que desnuda el genocidio en Gaza será una verdad que no portará ninguna esperanza (cuando, en realidad, dicho fenómeno sí ha de ser un primer paso que debemos no sólo padecer, sino también leer, pensar y usar). Resistir, por ende, más que quedarse o permanecer, significa arrimarse, sublevarse, perseverar en el levantamiento popular que alienta a toda Intifada. Resistir es Sumud. O sea, según Ana Harcha, no sólo se expresa al modo de

..una reacción rápida a una agresión, sino proponiendo una resistencia que se entiende como una perseverancia constante, que se mantiene firme e insiste en la permanencia en la tierra y en su tierra, así como en diversas formas de afirmar el deseo de querer vivir, y no sólo sobrevivir: Sumud está alimentando el alma/ Sumud está anhelando ver el mar/ Sumud está creando grietas en la pared/ Sumud está abrazando la sonrisa de un niño/ Sumud está dando seguridad humana a los niños/ Sumud está ayudando a la gente a permanecer en la tierra/ Sumud está tratando con el impacto emocional de la ocupación… Sumud es la capacidad de cortar el flujo de contagio de lo mortífero (Harcha, 2024, p.16)

Vernos reflejados en Palestina ha de implicarnos con Palestina: aunque en menor grado o volumen, ha de hacernos vibrar en la misma tonalidad que Palestina. Hoy los pueblos están ausentes, pero su palestinización apunta, paradójicamente, a tal ausencia: la multitud que se congrega en las calles durante cada marcha, son el preludio de lo porvenir. El pueblo, al contrario de lo que se suele pensar, nunca sale realmente a la calle. El pueblo, como casi nunca se suele pensar, nace en la misma calle. Que las multitudes, ya dudosa de su calidad moderna de mera “ciudadanía”, devenga Palestina es un imposible, justamente, hasta que devengan Palestina, cuestión que ya lo han empezado a hacer. Y de esos imposibles está colmada la historia de la humanidad. Más aún, de esos y otros imposibles, de los imposibles que permanecen agazapados en cada forma-de-vida, está colmada la historia de dignidad de los pueblos: la historia de Palestina revela la resistencia de los pueblos, allí donde el genocidio es tanto el accidente como la constante.

En suma, la tercera característica reveladora del genocidio palestino apunta, precisamente, a mostrar que la excepcionalidad de Palestina no es privativa, sino el paradigma intensificado donde se reflejan, pero también de donde beben y han de beber los pueblos del mundo: en la resistencia como manera más digna de ser ellos mismos. Es decir, habitando las formas-de-vida liberadas de los designios del capital y del sistema de captura colonial sionista. Habitando esas formas-de-vida que, en la misma resistencia que implica su habitar, demanda la descapitalización y desionización de los cuerpos y, sobre todo, exige la lucha por la invención de un mundo otro que ya anida en el seno de este mundo.

Por Aldo Bombardiere Castro

Licenciado y Magíster en Filosofía, UAH.

Referencias:

– Amar, Maurico (2025): “Lo que los líderes del mundo quisieran”. En Ficción de la razón, 12 de septiembre, 2025. Disponible en: https://ficciondelarazon.org/2025/09/12/mauricio-amar-lo-que-los-lideres-del-mundo-quisieran/

– Harcha, Ana (2024): “Sumud. La lengua de los pueblos”. En Palestina. Colonialismo y resistencia [Rodrigo Karmy, editor], pp. 12-17. Pehuén Editores. Santiago de Chile.

– Karmy, Rodrigo (2025): “Pensar intempestivamente” [Entrevista a Rodrigo Karmy] en La biblioteca de noche. Podcast disponible en: https://open.spotify.com/episode/51i7K7x71rS6um1U3tP08i?si=bed4c8559591435d

– Llaitul, Héctor (2025): “Palestina y Wallmapu” en Le Monde diplomatique, edición chilena, Año XXV, N°275, agosto, 2025, p. 6. Editorial “Aún creemos en los sueños”. Santiago de Chile.

– Slachevsky, Nicolás (2024): “Salir de la trampa sionista. Ser judío y permanecerlo, frente al genocidio en Palestina” en Palestina. Anatomía de un genocidio [Faride Zerán, Rodrigo Karmy y Paulo Slachevsky, editores], pp. 51-70. Lom Ediciones. Santiago de Chile.

Fuente fotografía


Las expresiones emitidas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

Sigue leyendo: