Aristóteles enfoca el devenir desde el punto de vista del ente que se mueve. Esto es, el tránsito de lo que todavía no es a lo que ya es. El movimiento permite que un ente se mueva, sin dejar de ser él mismo. La modificación que el movimiento ocasiona en la realidad sustancial es accidental. En otros términos, la movilidad implica la identidad permanente de un sujeto determinado y accidentalmente determinable.
La sustancia, para ser, no necesita unirse a otro. Es un todo que puede tener disponibilidades para que algo se conjugue con ella. Si la sustancia no está en otro, debe estar en sí. Es la cosa a cuya esencia compete existir en sí. El accidente es aquello a cuya esencia compete ser no en sí, sino en otro.
Es, por tanto, válido preguntarse por la sustancia y el accidente en el actual sistema de educación en Chile: al ser la sustancia de la sociedad el modelo económico (puesto que todo, innegablemente, se somete a éste y sus cantidades de todo orden), la educación es sólo un accidente de dicho modelo económico.
El mecanicismo afirma que el fundamento de todo acontecer natural es una configuración de materia o masa cuantificable. Dado que el sistema educacional padece de una visión tecnocrática, la concepción de la educación en Chile hoy es fundamentalmente cuantitativa: cantidades de estudiantes, cantidades de resultados, cantidades de presupuestos, cantidades de pseudo investigadores, cantidades de funcionarios que reciben cantidades de honorarios por darse vueltas y mover papeles, etc., etc., etc. En consecuencia, así se dificulta o más bien se impide que la educación sea lo que debe ser, esto es, dirigirse al Bien. El Bien es cualitativo. Por tanto, la educación es un proceso cualitativo. Consecuentemente, no es posible “cuantificar” ni “medir su productividad”.
Ratificando lo dicho anteriormente: a lo que consta de partes constituyendo un todo, se le llama compuesto. Lo que no tiene partes se llama simple. Todo lo que es, es simple o compuesto. Lo simple es indivisible, pues no tiene partes. Lo compuesto es divisible, pues consta de partes. Todo lo que es, ya sea simple o compuesto, sólo es, si es totalmente. Luego, si la educación es, existe, constituye una realidad, debe serlo totalmente y no ser utilizada en función de otro, porque así deja de ser lo que es. Si la educación es en función del modelo económico de mercado, deja de ser educación y se convierte en un negocio más.
Si existe algo que es finito, necesariamente existe una multiplicidad de seres finitos, porque lo individual necesita relacionarse con todos y, a la vez, diferenciarse de los mismos. Por tanto, toda multiplicidad presupone unidad. Lo múltiple sólo es posible si cada individuo es uno entre muchos, distinguiéndose del otro y, con el otro, forma una multiplicidad. Si las individualidades están aisladas, son individualidades y nunca forman la multiplicidad. La unidad en la multiplicidad es la coincidencia de muchos en una determinación común. Entonces, cabe preguntarse: ¿cuál es la unidad en la multiplicidad que postula el sistema educacional en Chile, que sí promueve la competencia, la intolerancia, la discriminación y el individualismo? ¿Se puede implementar la convivencia escolar, la igualdad de oportunidades, la democracia en la sociedad chilena con un sistema educacional con las características reseñadas?
Las denuncias sobre atentados a la convivencia escolar en el año 2015 fueron 7.705. En 2024 fueron 13.977. Estas denuncias fueron por violencia en torno a la identidad de género, a la nacionalidad, al origen racial, a necesidades especiales, a condiciones socioeconómicas, etc. Los centros educacionales son lugares centrados en el interés por acceder a subvenciones y/o mensualidades. Los estudiantes son considerados clientes, por lo que se les falsean las notas de tal manera que se mantienen las subvenciones del Estado y, quienes pagan mensualidades, se consideran con el derecho de disponer sobre resultados de notas y decidir sobre lo que deben hacer y decir los profesores. Los colegios son dirigidos, en gran parte, por personas que carecen de visión de la cultura, de idoneidad profesional, así como de ética y de respeto hacia sí mismas y de quienes les rodean, porque ejercen la administración, pero no la dirección. Los profesores, que sí son sustantivos, no tienen espacios de participación ni de reflexión, sino que son tratados como objetos para que cumplan disposiciones jerárquicas (1).
Según Parménides, “el ser es y el no-ser no es”. Es éste el acto de conciencia filosófica sin el cual perderían su soporte y su validez todos los demás actos del pensamiento. Por tanto, la educación es educación, y no puede no serlo, si está centrada en la persona humana y no en el mercado. Si no está fundada en la filosofía, es adiestramiento, capacitación, domesticación, pero no educación.
Por todo lo expresado anteriormente, la educación debe emanar de la filosofía, de una visión universal-absoluta, a modo de que tenga un sentido que contenga lo particular-relativo. Y, a la vez, que sea múltiple, sin perder la identidad, “porque el mundo del hombre es un mundo cuyos elementos son, sin duda, ciertas experiencias suyas, pero que infaliblemente se completa por extensión e interpretación” (2). Son las personas y, en particular, los profesores quienes crean la cultura y la cultura los va creando a ellos. La auténtica educación es lo que permite que “lo que elegimos es siempre el bien, y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos” (3). En otros términos, la educación es la búsqueda y el encuentro del propio yo. Y este propio yo es tal sólo cuando comprende el ser de los otros. La educación es el “puente” que posibilita dicho descubrimiento. La mercantilización de la educación lleva al individualismo, la competencia y la destrucción de la humanidad.
Por Hervi Lara B.
Santiago de Chile, 14 de mayo de 2025.
NOTAS
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